Ricarte Soto, periodista:


‘La gente no quiere programas culturales’


De criticar a la farándula pasó a ser opinólogo, lo que le permite vivir cómodamente y seguir haciendo lo que más le interesa; escribir sobre política.


Por Francisca Moreno Schwerter


Es la comprobación empírica de que la vida da muchas vueltas y que lo que se da hoy por supuesto no siempre es acertado. Cómo es que un tipo con fama de serio, un comentarista político, con años de experiencia en Chile y en el extranjero, pasa a ser el rostro que las amas de casa relacionan como la crítica farandulera de las mañanas.


No se puede negar que este caballero, con pinta de señor respetable, tiene un carisma impresionante. Puede ser la voz de radio, con ese acento característico, su solemne aire intelectual, su madurez o sus frases agudas, pero es algo que en definitiva resulta irresistible para su fiel audiencia, un je ne sais quoi.


A los 56 años, Ricarte Soto ha aceptado los privilegios de su vida actual. ‘En los últimos tres años aprendí que tengo que asumir mis contradicciones, no es blanco ni negro; vivo en un gris’. De criticar a la farándula pasó a ser opinólogo, lo que le permite vivir cómodamente y seguir haciendo lo que más le interesa; escribir sus columnas de política.


Ricarte es mateo, lee a diario gran parte de la prensa española y argentina, así como toda la francesa y chilena; ve poca televisión, pero está siempre informado de la actualidad en el mundo del espectáculo. Requisitos para él indispensables a la hora de realizar todas sus actividades; no sólo televisivas, sino que como profesor universitario, comentarista político y crítico de espectáculos.


Trabajó 17 años en la radio francesa y luego diez en Chile, en la Radio Monumental, una AM que, como tantas, desapareció con el auge de la Frecuencia Modulada. ‘Golpeé las puertas de todas las FM, pero ahora buscaban rostros de televisión para conducir programas radiales’.


Sin embargo, todo cambió cuando ‘me invitaron a un programa estelar para hablar en contra de la farándula y me comenzaron a llevar al Buenos Días a Todos, ahí hacía comentarios de lo humano y divino’. Entonces vino la oportunidad, le ofrecieron quedarse, pero para hablar de farándula y espectáculo.


‘Tenía que asumir que la gente, al revés de lo que aparece en las encuestas del Weekend y del Consejo Nacional de Televisión, no quiere programas culturales; lo que queda de manifiesto en los índices de audiencia’. Tiene su propia teoría y ha encontrado la justificación en la realidad histórica del fenómeno televisivo, ya que ‘su rol siempre fue de entretención, si en Chile se inició en las universidades fue porque era la última salida para que el presidente Jorge Alessandri, que la encontraba negativa, la aceptara en el país’.


En Chile, ‘no se enseña a los jóvenes a consumir televisión o Internet. Hay un consenso casi absoluto de que la educación es mala; entonces, hay que suponer que los telespectadores son malos. Los profesores no inculcan curiosidad, no hay estímulo para leer un libro, no se le puede pedir más al público’.


‘El sistema de educación en Chile está dirigido a una masa amorfa, de millones de personas que se contentan con consumir lo más fácil’. Sin embargo, encuentra la recompensa en que ‘de todas las personas que ven el programa, te escriben veinte para contarte que fueron a ver la película que comentaste’.


Ricarte Soto tiene dos polos. Uno, es el hijo del cineasta Elvio Soto, quien le dejó una gran herencia intelectual. Y el otro es, como le dijo alguna vez el ex intendente y ex presidente de su partido (el PPD), Víctor Barrueto, ‘un personaje medio raro’. Pero que confiesa lo ha protegido; ambas personalidades se han mantenido separadas, beneficiándose la una de la otra.

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